martes, 6 de mayo de 2014

¿Por qué predicamos?

"Mas ¿qué dice? Cerca de ti está la palabra, en tu boca y en tu corazón. Esta es la palabra de fe que predicamos: que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación." (Romanos 10:8-10)

Un hijo de Dios sabe el terrible destino que le espera a la humanidad que vive lejos de Cristo (Apocalipsis 19:20 (anticristo y falso profeta), 20:10 (Satanás), 20:15 (humanidad que terminó sus días lejos de Dios)), y sabe también que sólo existe un camino para llegar al Padre y alcanzar la vida eterna (Juan 14:6). Predicar es, pues, dar a conocer al mundo la buena nueva de salvación al anunciar el Evangelio, para que toda la humanidad conozca esta buena nueva (Mateo 28:19-20, Marcos 16:15-16, Lucas 24:47),  y, por consiguiente, acepte la salvación y el señorío de Jesucristo (el único camino al Padre) y de esta manera pase la eternidad junto al Señor.

¿De qué tenemos que salvarnos? Por causa del pecado (Dios es santo, y no tolera el pecado delante de Su presencia), la humanidad está lejos de Dios (Romanos 3:23), y su destino final es comparecer en el juicio ante el gran trono blanco (y ante Jesucristo como juez), en donde aquel que no se hallare inscrito en el libro de la vida del Cordero (el mismo Jesucristo) será lanzado al lago que arde con fuego y azufre (Apocalipsis 20:11-15); aquellos que no son inscritos en el libro de la vida son todos los que permanecen en sus pecados, y que de alguna manera no conocen a Cristo, o han rechazado su obra redentora, o bien le conocieron pero luego abandonaron la fe genuina en Él (Hebreos 10:26-31), ya sea dejando de creer o (lo que es peor) cayendo en apostasía (1 Timoteo 4:1-5) o burla (2 Pedro 3:3-4, Judas 18) , torciendo la Palabra de Dios (2 Pedro 3:16), y así engañando a los demás. Por esto fue que Jesucristo vino al mundo, para salvarnos de este juicio tan desfavorable para el pecador (1 Timoteo 1:15).

¿Cómo nos salva? Dios nos envió a Su Hijo, Jesucristo, para que (primero) nos mostrara cómo cumplir Su voluntad (Juan 6:38) teniendo naturaleza humana, y luego (lo más importante) diera su vida por la humanidad pecadora sin tener pecado alguno (2 Corintios 5:21), dándose al sacrificio como un cordero, y así derramar su sangre como el acto expiatorio definitivo, efectuado sólo una vez y para siempre (Hebreos 7:27, 9:12), para lavar y limpiar los pecados de toda la humanidad (1 Juan 1:7, Apocalipsis 1:5), de todos los tiempos hasta el fin. Esta remisión de pecados dada por Jesucristo es la que nos salva, y esto es lo que predicamos, porque luego de Su sacrificio, Jesucristo resucitó, venció a la muerte y a Satanás, ascendió a los cielos, se sentó a la diestra del Padre y ahora Jesucristo media ante el Padre (1 Timoteo 2:5) por todos los que han aceptado Su obra redentora y han establecido una relación con Él.

¿Por qué al mundo le molesta la predicación? Muchos piensan que están bien como están, que después de la muerte se acaba todo, o que irán al cielo por "portarse bien", entre otras cosas. Entonces, un mensaje como el que se predica les resulta chocante y poco halagüeño, porque no quieren pensar que en realidad están mal (Eclesiastés 7:20) y que pasarán la eternidad en sufrimiento, y mucho menos conciben la idea de que hay un Dios que observa todo (Proverbios 15:3), que estableció a Jesucristo como único camino para ir al cielo y a su Palabra como guía (Salmo 119:105). Por eso la reacción de muchos es: la indiferencia, el apego a sus tradiciones terrenales, palabras de desprecio, insultos e incluso agresión física contra el predicador de turno. Sin embargo, con estas actitudes lo único que hacen es echar sobre sí mismos condenación eterna por rechazar a Jesucristo.

Hay veces que piden también, en su molestia, que dejemos de predicar. Pero es necesario obedecer a Dios antes que a los hombres (Hechos 5:29), y por causa de la obra de Dios, no debemos dejar de hacerlo. Dios mismo nos demandará la sangre de todos los que pierdan, si dejamos de predicar (Ezequiel 3:16-21, 33:1-9). Así que, no debemos dejar de predicar. Y si alguien recibe la buena noticia de salvación por Jesucristo por medio de una predicación, sepa que de esta manera Dios usa a sus siervos para que todos procedamos al arrepentimiento de nuestros pecados, y accedamos a la vida eterna en Jesucristo; y si alguien se entrega a Él, entenderá entonces por qué se predica, y también lo hará. Pero el que termine sus días en esta tierra sin haberse entregado a Jesucristo, se acordará de cada predicación y cada mensaje que rechazó, cuando llegue el día de su comparecencia ante el gran trono blanco con Jesucristo como juez, antes de ser echado al lago de fuego por toda la eternidad, donde será el llanto y el crujir de dientes.

Así que, amigo que aún no conoce a Dios, sepa usted que la próxima vez que se le predique, ruego que piense en su eternidad, y acepte a Jesucristo como el Señor y Salvador de su alma.

Para Dios sea toda la honra, la gloria y el honor por siempre. Amén.

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